14/9/08

LOS SENTIDOS COMO UMBRALES DEL ALMA

LOS SENTIDOS COMO UMBRALES DEL ALMA

Durante mucho tiempo hemos creído que lo divino está fuera de nosotros. Llevados por esta convicción, hemos tensado nuestros anhelos hasta un grado desastroso. Es una gran soledad, ya que es el anhelo humano lo que nos vuelve santos. El anhelo es lo más bello que hay en nosotros; es espiritual, posee profundidad y sabiduría. Si lo enfocas en una divinidad remota, lo sometes injustamente a una tensión. Así, sucede que el anhelo busca lo divino, pero el exceso de tensión lo obliga a replegarse sobre sí mismo en forma de cinismo, vacío o negativismo. Así se puede destruir una vida hermosa. Pero no es necesario someterlo a tensión alguna. Si creemos que el cuerpo está en el alma y que ésta es un lugar sagrado, la presencia de lo divino está aquí, cerca de nosotros.

Por estar el cuerpo dentro del alma, los sentidos son los umbrales hacia ella. Cuando tus sentidos se abren por primera vez al mundo, la primera presencia que encuentran es la de tu alma. 
Ser sensual o sensorial es estar en presencia de la propia alma. 
Wordsworth, quien conocía la dignidad de los sentidos, escribió que «el placer es el tributo que debemos a nuestra dignidad como seres humanos». Es una visión profundamente espiritual. Tus sentidos te vinculan íntimamente con lo divino que hay en ti y a tu alrededor. Al sintonizar con los sentidos, puedes devolver flexibilidad a una creencia que se ha vuelto rígida y suavidad a una visión encallecida. 
Puedes abrigar y curar esos sentimientos atrofiados, barreras que nos destierran de nosotros mismos y nos separan de otros. Entonces ya no estamos desterrados de esa maravillosa cosecha de divinidad que se recoge secretamente en nuestro interior. Aunque veremos cada sentido por separado, es importante comprender que siempre actúan juntos. Se superponen. Lo vemos en las variadas reacciones ante el color. Esto significa que la percepción del color no es meramente visual.

El ojo es como el alba


Veamos en primer término el sentido de la vista. En el ojo humano, la intensidad de la presencia humana se concentra de manera singular y se vuelve accesible. El universo encuentra su reflejo y comunión más profundos en él. Puedo imaginar a las montañas soñando con el advenimiento del ojo humano. Cuando se abre, es como si se produjera el alba en la noche. Al abrirse, encuentra un mundo nuevo. También es la madre de la distancia. Al abrirse, nos muestra que los otros y el mundo están fuera, distantes de nosotros. El acicate de tensión que ha animado a la filosofía occidental es el deseo de reunir el sujeto con el objeto. Acaso es el ojo como madre de la distancia quien los separa.
Pero en un sentido maravilloso, el ojo, como madre de la distancia, nos lleva a preguntarnos por el misterio y la alteridad de todo lo que está fuera de nosotros. En este sentido, el ojo es a la vez la madre de la intimidad, ya que acerca lo demás a nosotros. Cuando realmente contemplas algo, lo incorporas a ti. Se podría escribir una bella obra espiritual sobre la santidad de la contemplación. Lo opuesto de ésta es la mirada escrutadora. Cuando te escrutan, el ojo del Otro es un tirano. Te conviertes en objeto de la mirada del Otro de una forma humillante, invasora y amenazante.
Cuando miras algo profundamente, se vuelve parte de ti. Éste es uno de los aspectos siniestros de la televisión. La gente mira constantemente imágenes vacías y falsas; imágenes pobres que invaden el mundo interior del corazón. El mundo moderno de la imagen y los medios electrónicos recuerdan la maravillosa alegoría de la cueva de Platón. Los prisioneros, engrillados y alineados, contemplan la pared de la cueva. El fuego que arde a sus espaldas proyecta imágenes en la pared. Los prisioneros creen que esas imágenes son la realidad, pero sólo son sombras reflejadas. La televisión y el mundo informático son enormes páramos llenos de sombras. Cuando contemplas algo que puede devolverte la mirada o que posee reserva y profundidad, tus ojos se curan y se agudiza tu sentido de la vista.
Existen personas físicamente ciegas, que han vivido siempre en un monopaisaje de tinieblas. Nunca han visto una ola, una piedra, una estrella, una flor, el cielo ni la cara de otro ser humano. Sin embargo, hay personas con visión perfecta que son totalmente ciegas. El pintor irlandés Tony O'Malley es un artista maravilloso de lo invisible; en una bella introducción a su obra, el artista inglés Patrick Heron dijo: «A diferencia de la mayoría de las personas Tony O'Malley anda por el mundo con los ojos abiertos».
Muchos hemos convertido nuestro mundo en algo tan familiar que ya no lo miramos. Esta noche podrías hacerte la siguiente pregunta: ¿Qué he visto realmente hoy? Te sorprendería lo que no has visto. Tal vez tus ojos han sido reflejos condicionados que han funcionado todo el día de manera automática, sin prestar verdadera atención ni reconocer nada; tu mirada jamás se ha detenido ni prestado atención. El campo visual siempre es complejo, los ojos no pueden abarcarlo todo. Si tratas de captar el campo visual total, éste se vuelve indistinto y borroso; si te concentras en un aspecto, lo ves claramente, pero pierdes de vista el contexto. El ojo humano siempre selecciona lo que quiere ver, a la vez que evita lo que no quiere ver. La pregunta crucial es qué criterio empleamos para decidir qué queremos ver y cómo eludimos lo que no queremos ver. Esa estrechez de miras es causa de muchas vidas limitadas y negativas.
Es desconcertante comprobar que lo que ves y cómo lo ves determina cómo y quién serás. Un punto de partida interesante para el trabajo interior es explorar la propia manera particular de ver las cosas. Pregúntate: ¿de qué manera contemplo el mundo? La respuesta te permitirá descubrir tus criterios para ver. Hay muchos estilos de visión.

Estilos de visión

Para el ojo temeroso, todo es amenazante. Cuando miras al mundo con temor, sólo puedes ver y concentrarte en las cosas que pueden dañar o amenazarte. El ojo temeroso siempre está acosado por las amenazas.
Para el ojo codicioso, todo se puede poseer. La codicia es una de las fuerzas potentes del mundo occidental moderno. Lo triste es que el codicioso jamás disfrutará de lo que tiene, porque sólo puede pensar en lo que aún no po¬see, tierras, libros, empresas, ideas, dinero o arte. La fuerza motriz y las aspiraciones de la codicia siempre son las mis¬mas. La felicidad es posesión, pero lo triste es que ésta vive en un estado permanente de desasosiego; su sed interior es insaciable. La codicia es patética porque siempre la acosa y la agota la posibilidad futura; jamás presta atención al presente. Con todo, el aspecto más siniestro de la codicia es su capacidad para adormecer y anular el deseo. Destruye la inocencia natural del deseo, aniquila sus horizontes y los reemplaza por una posesividad frenética y atronada. Esta codicia envenena la Tierra y empobrece a sus habitantes. Tener se ha convertido en el enemigo siniestro de ser.
Para el ojo que juzga todo está encerrado en marcos inamovibles. Cuando mira hacia el exterior, ve las cosas según criterios lineales y cuadrados. Siempre excluye y separa, y por eso jamás mira con espíritu de comprensión o celebración. Ver es juzgar. Lamentablemente, el ojo que juzga es igualmente severo consigo mismo. Sólo ve las imágenes de su interioridad atormentada proyectadas hacia el exterior desde su yo. El ojo que juzga recoge la superficie reflejada y llama verdad a eso. No posee el don de perdonar ni la imaginación suficiente para llegar al fondo de las cosas, donde la verdad es paradójica. El corolario de la ideología del juicio superficial es una cultura que se basa en las imágenes inmediatas.
Al ojo rencoroso, todo le es escatimado. Los que han permitido que se forme la úlcera del rencor en su visión ja¬más pueden disfrutar de lo que son o poseen. Siempre miran al otro con rencor, acaso porque lo ven más bello, inte¬ligente o rico que a sí mismos. El ojo rencoroso, vive de su pobreza y descuida su propia cosecha interior.
Al ojo indiferente nada le interesa ni despierta. La indiferencia es uno de los rasgos de nuestro tiempo. Se dice que es uno de los requisitos del poder; para controlar a los demás, hay que saber ser indiferente a las necesidades y flaquezas de los controlados. Así, la indiferencia exige una gran capacidad para no ver. Para desconocer las cosas se requiere una energía mental increíble. Sin que lo sepas, la indiferencia puede llevarte más allá de las fronteras de la comprensión, la curación y el amor. Cuando te vuelves in¬diferente, cedes todo tu poder. Tu imaginación cae en el limbo del cinismo y la desesperación.
Para el ojo inferior, los demás son mejores, más bellos, brillantes y dotados que uno. El ojo inferior siempre aparta la vista de sus propios tesoros. Jamás celebra su presencia ni su potencial. El ojo inferior es ciego a su belleza secreta. El ojo humano no fue hecho para mirar hacia arriba y potenciar la superioridad del Otro, sino para mirar hacia abajo, para reducir al Otro a inferioridad. Mirar a alguien a los ojos es un bello testimonio de verdad, coraje y expectativa. Cada uno ocupa un terreno común, pero propio.
Para el ojo que ama, todo es real. Este arte del amor no es sentimental ni ingenuo. Este amor es el mayor criterio de verdad, celebración y realidad. Según Kathleen Raine, poetisa escocesa, lo que no ves a la luz del amor no lo ves en absoluto. El amor es la luz en la cual vemos la luz, aquella en la cual vemos cada cosa en su verdadero origen, naturaleza y destino. Si pudiéramos contemplar el mundo con amor, éste se presentaría ante nosotros pictórico de incitaciones, posibilidades, profundidad.
El ojo que ama puede seducir el dolor y la violencia hacia la transfiguración y la renovación. Brilla porque es autónomo y libre. Todo lo contempla con ternura. No se deja atrapar por las aspiraciones del poder, la seducción, la oposición ni la complicidad. Es una visión creativa y subversiva. Se alza por encima de la aritmética patética de la culpa y el juicio y aprehende la experiencia a nivel de su origen, estructura y destino. El ojo que ama ve más allá de la imagen y provoca los cambios más profundos. La visión desempeña una función central en tu presencia y creatividad. Reconocer cómo ves las cosas puede llevarte al autoconocimiento y permitirte vislumbrar los tesoros maravillosos que oculta la vida.

Sabor y habla


El sentido del sabor es sutil y complejo. La lengua es el órgano tanto del sabor como del habla. 
Aquél es una de las víctimas de nuestro mundo moderno. Vivimos bajo presiones y tensiones que nos dejan poco tiempo para saborear los alimentos. 
Una vieja amiga mía suele decir que la comida es amor. Quien come en su casa, debe hacerlo con tiempo y paciencia, con atención a lo que se le sirve.
Hemos perdido el sentido del decoro que corresponde al acto de comer, así como del rito, presencia e intimidad que acompaña la comida; no nos sentamos a comer a la manera antigua. Una de las cualidades más célebres del pueblo celta era la hospitalidad. Al forastero se lo recibía con una comida. Este acto de cortesía precedía invariablemente a cualquier asunto. Cuando celebras una comida, percibes sabores que habitualmente se te pasan por alto. Muchos alimentos modernos carecen de sabor; mientras crece, lo fuerzan con fertilizantes artificiales y lo riegan con productos químicos. Por consiguiente, su sabor no es el de la naturaleza. El sentido del sabor está seriamente atrofiado. La metáfora de la comida instantánea es un indicio certero acerca de la falta de sensibilidad y gusto en la cultura moderna. 
Esto se refleja claramente en nuestro uso del lenguaje. La lengua, órgano del sabor (del gusto), es también el del habla. Muchas de las palabras que empleamos pertenecen espiritualmente a la categoría de la comida rápida. Son demasiado insustanciales para reflejar una experiencia, demasiado débiles para expresar de verdad el misterio interior de las cosas. En nuestro mundo veloz y exteriorizado, el lenguaje se ha vuelto un fantasma, se ha reducido a sobreentendidos y etiquetas. Las palabras que aspiran a reflejar el alma llevan en sí la tierra de la materia y la sombra de y lo divino.
La sensación de silencio y oscuridad que hay detrás de las palabras de las culturas antiguas, particularmente en el folclore, brilla por su ausencia en el uso moderno del lenguaje. Éste está repleto de siglas; nos impacientan las palabras que traen consigo historias y asociaciones. La gente de campo, y en particular la de Irlanda occidental, tiene un gran sentido del lenguaje, una forma de expresarse poética y despierta. El peligro de la intuición y la chispa del entendimiento encuentran expresión en frases diestras. El inglés oral de Irlanda es tan interesante, entre otras razones, debido al pintoresco fantasma subyacente del gaélico, que le infunde gran colorido, sutileza y fuerza. El intento de destruir el gaélico fue uno de los actos de violencia más destructivos de nuestra colonización por Inglaterra. El gaélico, lengua poética y poderosa, es el depositario de la memoria de Irlanda. Cuando se despoja a un pueblo de su lengua, su alma queda desconcertada.
La poesía es el lugar donde el lenguaje se articula bellamente con el silencio. La poesía es el lenguaje del silencio.
Una página en prosa está atestada de palabras. En una página de poesía, las formas esbeltas de las palabras anidan en el vacío blanco de la página. Ésta es un lugar de silencio donde se marca el contorno de la palabra y se potencia la expresión de manera profunda. Es interesante observar el propio lenguaje y las palabras que uno piensa utilizar para ver si descubre una quietud o silencio. Si quieres renovar tu lenguaje y darle vigor, acude a la poesía. Allí tu lenguaje
encontrará una iluminación purificadora y renovación sensual.

Fragancia y aliento
El sentido del olfato o la fragancia es sutil e inmediato. Los especialistas dicen que el olfato es el más fiel de los sentidos por lo que se refiere a la memoria. Todos conservamos los olores de la infancia. Es increíble que un aroma de la calle o de una habitación pueda evocar recuerdos de experiencias largamente olvidadas. Desde luego, los animales poseen un sentido del olfato maravillosamente útil. Al pasear un perro uno se da cuenta de que su percepción del paisaje es enteramente distinta, ya que sigue caminos determinados por los olores y vive aventuras al rastrear senderos invisibles por todas partes. Cada día respiramos veintitrés mil cuarenta veces; poseemos cinco millones de células olfatorias. Un perro ovejero tiene doscientos veinte millones de esas células. El sentido del olfato es tan poderoso en el mundo animal porque ayuda a la supervivencia al alertar sobre el peligro; es vital para el sentido de la vida.
Tradicionalmente se decía que el aliento era el camino por el que el alma entraba en el cuerpo. La respiración siempre se hace a pares, salvo en los casos del primer y último suspiros. Una de las designaciones más antiguas de Dios es la palabra hebrea Ruach, que también significa aire o viento. La palabra sugiere que Dios era como el aliento o el viento debido a la fuerza y poder increíbles de la divinidad. En la tradición cristiana, el misterio de la Trinidad sugiere que el Espíritu Santo surge debido a la separación del Padre y el Hijo; el término técnico es spiratio. Esta concepción antigua vincula la creatividad irrefrenable del Espíritu con el aliento del alma en la persona humana. El aliento también es una metáfora apropiada porque la divinidad, como aquél, es invisible. El mundo del pensamiento reside en el aire. Todos nuestros pensamientos suceden en ese elemento. Debemos nuestros mayores pensamientos a la generosidad del aire. Es la raíz de la idea de inspiración, ya que uno inspira o incorpora con el aliento los pensamientos contenidos en el elemento aire. La inspiración no se puede programar. Uno puede prepararse, estar dispuesto a recibir la inspiración, que es espontánea e imprevisible, contraria a las pautas de repetición y expectativa. La inspiración siempre es una visita inesperada.
Para trabajar en el mundo intelectual, de la investigación o del arte literario uno trata de agudizar sus sentidos a fin de estar preparado para aprehender las grandes imágenes o los pensamientos cuando se presentan. El sentido del olfato incluye la sensualidad de la fragancia, pero la dinámica del aliento también incorpora el mundo profundo de la oración y la meditación donde a través del ritmo del aliento uno alcanza su nivel primordial del alma. A través del aliento meditado uno empieza a experimentar un lugar interior que toca el terreno divino. El aliento y el ritmo de la respiración pueden devolverte a tu antigua comunión, a la casa que según Eckhart jamás abandonaste, donde vives desde siempre; la casa de la comunión espiritual.

Escuchar de verdad es adorar


El sentido del oído nos permite oír la creación. Uno de los grandes umbrales de la realidad es el que hay entre el sonido y el silencio. Todos los buenos sonidos tienen silencio en su proximidad, delante y detrás de ellos. El primer sonido que oye el ser humano es el del corazón de la madre en las oscuras aguas de la matriz. Por eso desde antaño estamos en armonía con el tambor como instrumento musical. Su sonido nos serena porque evoca el tiempo en que latíamos al unísono con el corazón de la madre. Era una época de comunión total. No existía separación alguna; nuestra unidad con otro era completa. P. J. Curtis, el gran estudioso irlandés del rythm and blues suele decir que al buscar el sentido de las cosas, en realidad buscamos el acorde perdido. Cuando la humanidad lo descubra, se eliminará la discordia del mundo y la sinfonía del universo entrará en armonía consigo misma.
El don de escuchar es hermoso. Se dice que ser sordo es peor que la ceguera porque uno queda aislado en un mundo interior de silencio aterrador. Aunque uno ve las personas y el mundo que lo rodea, estar mera del alcance del sonido y la voz humana es estar muy solo. Hay una diferencia muy importante entre oír y escuchar. A veces oímos las cosas pero no las escuchamos. Cuando escuchamos realmente, percibimos lo que no se dice o no se puede decir. A veces los umbrales más importantes del misterio son lugares de silencio. Llevar una vida verdaderamente espiritual significa respetar la fuerza y la presencia del silencio. Martin Heidegger dice que escuchar es adorar. Cuando escuchas con el alma, entras en el ritmo y la armonía de la música del universo. La amistad y el amor te enseñan a sintonizar con el silencio, llegar a los umbrales del misterio donde tu vida y la de tu amado se penetran mutuamente.
Los poetas son personas que buscan permanentemente el umbral donde se tocan el silencio y el lenguaje. Uno de los objetivos cruciales del poeta es hallar su propia voz. Cuando empiezas a escribir, crees que estás componiendo bellos poemas; luego lees a otros poetas y adviertes que ya han escritos poemas similares. Comprendes que los imitabas inconscientemente. Necesitas tiempo para separar las voces superficiales de tu propio don con el fin de entrar en la clave profunda y la tonalidad de tu alteridad. Cuando hablas con esa voz interior profunda, lo haces desde el tabernáculo singular de tu presencia. Hay una voz interior en ti que nadie, ni tú mismo, ha escuchado. Si te das la oportunidad del silencio, empezarás a desarrollar tu oído para escuchar en lo profundo de ti mismo la música de tu propio espíritu.
Después de todo, la música es el sonido más perfecto para encontrar el silencio. Cuando oyes música, adviertes la belleza con que corona y trama el silencio, cómo revela el misterio oculto del silencio. Mucho antes de que aparecieran los humanos, había aquí una música antigua. Pero uno de los dones más hermoso que los humanos aportaron a la Tierra es la música. En la gran música, el antiguo anhelo de la Tierra encuentra su expresión. El gran director Sergiu Celibidace dice que no creamos música, sino solamente las condiciones para que ella pueda aparecer. La música atiende al silencio y la soledad de la naturaleza; es una de las experiencias sensoriales más poderosas, inmediatas e ínti¬mas. Es acaso el arte que mas nos acerca a lo eterno, porque cambia inmediata e irreversiblemente nuestra vivencia del tiempo. Al escuchar música hermosa, entramos en la dimensión eterna del tiempo. El tiempo lineal transitorio, quebrado, se desvanece y entramos en el círculo de comunión con lo eterno. Sean 0'Faolain dice que «en presencia de la gran música no podemos sino vivir noblemente».

El lenguaje del tacto


Nuestro sentido del tacto nos conecta con el mundo de manera íntima. Como madre de la distancia, el ojo nos muestra que estamos fuera de las cosas. Hay una magnífica escultura de Rodin titulada El beso. Dos cuerpos se buscan en tensión, desean el beso. Su magia anula toda distancia; dos seres distanciados acaban de alcanzarse. El tacto y su mundo nos transportan del anonimato de la distancia a la intimidad de la comunión. 
Los humanos tocan con sus manos; éstas exploran, esbozan y palpan el mundo exterior. Las manos son bellas. Kant dice que la mano es la expresión visible de la mente o el alma. Con tus manos palpas el mundo. En el tacto humano, la mano busca la mano, el rostro o el cuerpo del otro. El tacto vuelve sobre sí mismo. Nos acerca al mundo del otro. El ojo traduce sus objetos en términos intelectuales. Los aprehende de acuerdo con su propia lógica. Pero el tacto confirma la alteridad del cuerpo que palpa. No puede aprehender sus objetos, sólo acercarlos. Decimos que una historia profundamente conmovedora nos «roza», nos «toca». A través del sentido del tacto experimentamos el dolor. El contacto con el dolor no tiene nada de vacilante ni borroso. Llega directamente hasta el corazón de nuestra identidad, donde despierta nuestra fragilidad y desesperación.
Ahora se admite que el niño necesita que lo toquen. El tacto transmite comunión, ternura, calor, que alientan en el niño la confianza en sí mismo, la autoestima y la seguridad. Su gran poder se debe a que vivimos dentro del maravilloso mundo de la piel. Ésta vive, respira, está siempre activa y presente. Los seres humanos comunicamos tanta ternura y fragilidad porque no vivimos dentro de cascarones, sino dentro de la piel, siempre sensible a la fuerza, el tacto y la presencia del mundo.
El tacto es uno de los sentidos más inmediatos y directos. Posee un lenguaje propio. Es también sutil y discriminador, y posee una memoria muy fina. Un pianista visitó a una amiga y le preguntó si quería que tocara algo. «Tengo en las manos una hermosa pieza de Schubert», dijo.
El tacto abarca íntegramente el mundo de la sexualidad; es probablemente el aspecto más tierno de la presencia humana. En el contacto sexual, se admite al otro en el mundo de uno. El mundo de la sexualidad es el mundo sagrado de la presencia. Eros es una de las víctimas de la codicia y el mercantilismo contemporáneos. George Steiner ha escrito sobre ello. Demuestra que las palabras de la intimidad, las palabras nocturnas de Eros y el afecto, las palabras secretas del amor, han perdido todo su contenido bajo el neón de la codicia y el consumismo. Es necesario y apremiante recuperar las palabras tiernas y sagradas del tacto para consumar plenamente nuestra naturaleza humana. Cuando contemples el mundo interior del alma, pregúntate hasta dónde has desarrollado el sentido del tacto. ¿Cómo tocas las cosas? ¿Eres consciente del poder del tacto como fuerza sensual, a la vez curativa y tierna? La recuperación del tacto puede dar nueva hondura a tu vida; puede curar y fortalecerte, acercarte a ti mismo.
El tacto es un sentido muy inmediato. Puede sacarte del mundo falso y sediento del exilio y la imagen. Al redescubrir el sentido del tacto vuelves a la casa de tu propio espíritu, donde puedes experimentar nuevamente calor, ternura y comunión. En los momentos de mayor intensidad humana, callan las palabras. Entonces es cuando habla el lenguaje del tacto. Cuando estás perdido en el valle tenebroso del dolor, las palabras se vuelven débiles y mudas. Sólo hay refugio y consuelo en un abrazo estrecho y cálido. Y cuando te sientes feliz, el tacto se vuelve un lenguaje de éxtasis.
El tacto te ofrece el indicio más profundo para llegar al misterio del encuentro, el despertar y la comunión. Es el secreto contenido afectivo de toda conexión y asociación. En última instancia, la energía, el calor y la incitación del tacto provienen de lo divino. El Espíritu Santo es la faceta irrefrenable y apasionada de Dios, el espíritu táctil cuyo roce te rodea, te acerca a tu yo y a los demás. El Espíritu Santo vuelve atractivas estas distancias, las adorna con aromas de afinidad y comunión. Las distancias tocadas por la gracia vuelven amigos a los extraños. Tu amado y tus amigos alguna vez fueron desconocidos. De alguna manera, en un determinado momento, vinieron de la distancia hacia tu vida. Su llegada pareció accidental y fortuita. Ahora no puedes imaginar tu vida sin ellos. Asimismo, tu identidad y tu visión se componen de una cierta constelación de ideas y sentimientos que han salido de lo más profundo de tu distancia interior. Si las perdieras, perderías tu yo. Vives y caminas sobre suelo divino. Dijo san Agustín acerca de Dios:
«Eres más íntimamente mío de lo que soy yo mismo». La inmediatez sutil de Dios, el Espíritu Santo, toca tu alma y teje con ternura la trama de tus caminos y tus días.

Sensualidad celta


El mundo de la espiritualidad celta está en plena comunión con el ritmo y la sabiduría de los sentidos. En la poesía celta sobre la naturaleza, todos los sentidos están despiertos: oyes el sonido de los vientos, gustas la fruta y sobre todo se despierta en ti un maravilloso sentido del contacto de la Naturaleza con la presencia humana. La espiritualidad celta también posee una gran conciencia del sentido de la vista, sobre todo en relación con el mundo de los espíritus. El ojo celta tiene una gran percepción del mundo de transición entre lo invisible y lo visible. Los estudiosos lo llaman «mundo imaginal», donde residen los ángeles. El ojo celta ama ese mundo. En la espiritualidad celta encontramos un puente nuevo entre lo visible y lo invisible, que se expresa en bellas poesías y bendiciones. Estos mundos ya no están separados. Fluyen natural, bella y líricamente, confundiéndose entre sí.

Una bendición para los sentidos
Que sea bendecido tu cuerpo.
Que comprendas que tu cuerpo es un fiel y hermoso amigo de tu alma.
Que tengas paz y júbilo, y reconozcas que tus sentidos son umbrales sagrados.
Que comprendas que la santidad es atenta, que mira, siente, escucha y toca.
Que tus sentidos te recojan y te lleven a tu casa. Que tus sentidos siempre te permitan celebrar el universo y el misterio y las posibilidades de tu presencia aquí.